La llegada de una sonda al lado oculto de la Luna y la detención de una alta directiva de la empresa Huawei son hechos sintomáticos de la batalla que enfrenta a China con Estados Unidos. Es evidente que la Casa Blanca observa con preocupación el vertiginoso ascenso del gigante asiático en un campo que ha dominado durante décadas y que ahora lucha por mantenerse como líder y evitar así la pérdida de su hegemonía en el área tecnológica.
Basta recordar que, en el 2015, Beijing lanzó el plan “Hecho en China 2025” para efectuar cambios estructurales en su industria y apostar por el pleno dominio de la tecnología mundial en las décadas subsiguientes. Esa meta la ha ubicado como el segundo país en el mundo que más invierte en innovación tecnológica, y aunque ese segundo puesto no lo ubica como ganador de la competencia, sí tienen el mérito de haber avanzado más y en nuevos campos.
El recelo no se ha hecho esperar, y otras potencias, además de Estados Unidos, han alertado que el plan chino posee serias implicancias sociales y políticas. Como respuesta, China ha guardado silencio y ha preferido mostrar los avances obtenidos de una estrategia que viene definida por uno los elementos que diferencian a las políticas de Beijing: su capacidad de pensar y diseñar estrategias a largo plazo.
Por ejemplo, “Hecho en China 2025” ha significado la inyección de miles de millones de dólares en áreas como robótica y microchips, a fin de acabar con la dependencia de la tecnología extranjera. Allí tenemos al gigante Huawei, cuyas ventas ya superan a las de su más cercano competidor estadounidense, pero que ha sufrido ataques directos desde que tiene programado construir las redes móviles 5G del mundo.
Los cambios tecnológicos, empero, no se centran únicamente en las telecomunicaciones. China proyecta también modificar su extenso sector manufacturero con industrias de alta tecnología, incluidos automóviles eléctricos, aeroespaciales y dispositivos médicos avanzados.
Y no se trata de simples proyecciones o de planes meramente declarativos. Hay pruebas tangibles de esos avances tecnológicos y científicos que, por su magnitud, hacen palidecer a cualquier otro programa actual de naciones competidoras.
Allí tenemos la sonda Chang’e 4 que posó por primera vez una nave en la cara de la Luna permanentemente opuesta a la Tierra; la construcción de un barco gigante de 100 metros de eslora para explorar los océanos con submarinos de alta capacidad; el estudio de neutrinos, las partículas subatómicas más raras del cosmos por su capacidad de variar formas; la puesta en marcha del radiotelescopio más grande del mundo con 500 metros de diámetro para explorar el insondable universo; y el trasplante de córneas de cerdo para recuperar la vista en los ciegos.
Todo indica que China ha llegado a fronteras lejanas de la ciencia y no tiene reparo de traspasarlas.
Fuente: EL PERUANO.